martes, 1 de abril de 2014

Asedios, novela en proceso



1
Periferias
Creed en mi y seré la sombra que corrompa tu alma desprovista
dicen sus palabras.

Desaparecer...
Podría ser un buen comienzo, piensa. 
Piensa que pudo ser ese día y no otro. De regreso a casa, pegado el cuerpo a una brisa de noche y de caminatas, adherida de lloviznas y de pensamientos inconclusos. Fue en ese ambiente organizado y desde un estado corporal específico que sintió que podía hacerlo. 
Aún contra una realidad punzante que la incomoda todo el tiempo, Sofía escribe, porque puede hacerlo. En un entramado caótico y complejo, hipnóticamente atraída por los movimientos que aparecen en la pantalla, sistemática ejecuta a grandes trazos su composición imprecisa. 
Piensa. Irremediablemente lo hace. 
Mental se instala cada día frente al computador y desde allí elabora sus retazos. Su mente adiestrada le permite habilitar zonas para que algunos brillen y otros se hagan más difusos. 
En ocasiones se piensa Cyborg, y desaparece realidad-ficción entre las múltiples esferas. En otras, incorpora lo inquietante, seducida por espacios donde quisiera fugar, diluirse. 
Ella desliza las manos sobre el teclado del Notebook. Sus dedos se ejercitan con suavidad. Durante más tiempo del que recuerda la presión se marca sobre los bordes de esa otra piel que la confirma en su naturaleza biológica. 
Endereza la espalda y desliza el brazo derecho sobre la cubierta de vidrio. Al tocar la superficie se le viene a la mente la vieja Underwood, herencia de su padre. 
Recuerda su sofisticado diseño, estilo automóviles años treinta. Tendría unos quince años cuando recibió la máquina, herencia de al menos dos generaciones de varones de la familia.
Por instantes, revive la fuerza con que golpeba las yemas de los dedos contra el teclado, cuando los textos casi desaparecían bajo la gastada cinta. La textura espesa del corrector, siempre a punto de secarse. La compulsión por corregir letras y palabras y después 
sacar la hoja 
y sacar la hoja 
y los papeles arrugados. 

Lejos de las letras a mano y los borrones con lápiz Bic o carboncillo sobre sus cuadernos imaginó que aquella máquina le permitiría notables avances. 
Recuerda la dificultad de todo ese proceso. Los adiestramientos a los que debía someterse, su rigor para corregir directo sobre las hojas hasta conseguir su primera página impecable, tal como el original de un libro que algún día escribirá. 

Su mano busca la calidez del plástico y se acopla al mouse. Repasa el abismal contraste entre las livianas teclas y las de un siglo atrás. Piensa en máquinas. En las elaboradas tecnologías de la comprensión que, con astucia, domestican cuerpos bajo rigurosas ergonomías para el acople. Acomoda la espalda contra el respaldo del sillón de trabajo. Muy pronto, sus órganos adoptarán la posición que le permitirá entrar en el estado de las cosas. 
Doble click
Sofía logra entrar en los recuerdos. 
Seca su boca y agitada por dentro, una bestia busca aproximarse contra las superficies –escribe. Sometidos a una punzante violencia el cuerpo colapsa, simplemente se quiebra. 
Desde muy joven, se empecinó en entender el comportamiento de los órganos y de todos esos mundos internos desconocidos. Obsesionada con la biología, podía imaginar todo tipo de fluidos y materias circulando por los cuerpos sellados. 
“La corteza cerebral es la nueva y más importante zona del cerebro humano que recubre y engloba sus más arcaicas genéticas”. Lee en uno de sus archivos. “Esas regiones primitivas del cerebro no han sido eliminadas, permanecen debajo de otras pieles de células aún activas, sin ostentar ya el control indisputado del cuerpo”. Dice además, que la neo corteza cerebral no solo es el área más accesible sino que la más distintivamente humana, y que la mayor parte del lenguaje, imaginación y creatividad, provienen de esas regiones cerebrales proporcionando a la vida emocional una nueva dimensión.
Sofía escribe. Todo el tiempo escribe en un mismo documento. 
Clasificados en carpetas por fechas, temas, lugares, fotografías, guarda otros archivos que con los años se han ido acumulando. 
Conectada se aferra a la idea de un gran mapa apocalíptico que se extiende hasta perderse en el tiempo. 
Cuerpos-mentes-fluidos, son impulsados como fuerzas productivas contra las pantallas. Se vive el vértigo de los accesos, de los potenciales intercambios. Son espacios donde se elaboran y reelaboran los múltiples discursos. Expresiones de procesos cerebrales iniciados varios cientos de miles de años atrás se acumulan a alta velocidad.  
Un extrañamiento la empuja a merodear en sentidos complejos que se imprimen traspasando la superficie del tejido que es la lengua. Una fuerza la obliga al extravío. Su imagen es la fuga. 
Se imagina como una pieza más de la amalgama compuesta por todos esos cuerpos que intentan contra la falla. Una máquina fantástica, compuesta de millones y millones de células que se irán modificando hasta estallar contra la superficie.
Repasa los acontecimientos. Capas que irá poniendo unas sobre otras, aun cuando los tiempos no siempre coincidan y la comunicación se interrumpa. Las escenas se repiten en diversas combinaciones bajo su mirada de testigo. A veces no sabe qué es real y qué no, entonces acude a registros más precisos y a todo aquello que conserva del mundo exterior para componer las historias que imagina.
La mayor parte de las veces tiene comunicación con otros que, al igual que ella, se disipan en los múltiples intercambios. Ha aprendido a controlar muy bien los tiempos y definir el preciso instante en que las palabras se vuelven inútiles. 

Doble click, ya está fuera de la red. 
Su tiempo nuevamente a salvo. Son momentos de una vida, la suya, momentos que no quisiera dejar escapar. 
Desde el cuerpo, siempre desde el cuerpo, se habita el pequeño porcentaje de tierra. Piensa. Las peleas casi a golpes para confirmar la autoridad. Las pequeñas rencillas por la comida, los objetos, las defensas, los alegatos y los golpes. Siempre los golpes. 
Sofía oprime comando S, guarda el archivo y cierra. 
Se estira, bosteza y se acomoda sobre el sillón. 

Pronto, se levanta y toma un manojo de llaves. Una vez en la cocina, se prepara café negro. Abre las puertas de la despensa y chequea. Suficiente cantidad de alimentos; enlatados, legumbres y no perecibles; muchas cajetillas de cigarrillos, tarros de café y cajas apiladas con botellas de agua en abundancia. 
Según artículos científicos que circulan en las redes se sabe que el agua corriente de las cañerías contiene peligrosas sustancias. Desechos industriales tóxicos como fluor, que afectan a personas con enfermedades crónicas, diabetes, cardiopatías y otros males; elevados niveles de litio, también utilizado para tratar algunas enfermedades mentales, y el inminente peligro de control sobre los cuerpos.
Advierten que el agua puede contener niveles peligrosos de arsénico que más que cualquier otro elemento aumentan el riesgo de enfermedad y muerte. 
Siente alivio al leer que por la forma en que los organismos procesan los decesos causados por ingesta de agua contaminada se producen más de trescientas veces en hombres que en mujeres. 
En definitiva, el agua, bien de consumo indispensable para la vida, está está peligro. 
Sofía toma una botella y la destapa. Llena un vaso. Abre un frasco de vidrio, saca un puñado de almendras y se las echa a la boca.

Vuelve al computador y enciende un cigarrillo. 
Treparía el pequeño cuerpo anidado apenas tres días atrás, ascendiendo porfiadamente como un insignificante resorte de vida.Caería en gotas su sangre efímera lejos de aquel vientre donde no existe siquiera una posibilidad.
Sofía escribe. Ideológica transita sueños, ciudades, dueños. Así es como funciona, en forma sistemática escribe contra las palabras. 
Se vive en estado de alerta. Dice.
Su casa está vacía y es noche, tan noche, y en esa exquisita soledad, sabe que aquellos textos podrían repetirse durante mucho tiempo de un modo irreparable. 
Se desconecta. Apaga el computador. 
Tendida sobre la cama, las ideas flotan en su cabeza. Muy pronto se duerme.
Como una autómata, Sofía ejecuta los mismos rituales. A las siete de la mañana se despierta con el sonido de la alarma. Media dormida, apaga el celular donde programa su tiempo. Al entrar al baño se mira en el espejo. El mismo espejo que implacable irá registrando las modificaciones en su biología, la precisión con que el tiempo se acumula en las células y tejidos. 
Antes de fumar el primer cigarrillo enciende el computador y se conecta a la máquina. Mientras la máquina se inicia, se prepara café, es una adicta, en menos de un día puede llegar a diez. 
Adicta, vuelve al estudio y se instala frente a la pantalla. 
Anclada a esos dispositivos, merodea entre lo micro y lo macro. Piensa, siempre lo hace, su cabeza nunca se queda quieta. 
Al transitar las historias sus preguntas se multiplican. Piensa en todas las casas que antes habitó, en todos los espejos, en la vida de ese cuerpo suyo que la ata al mundo en su insignificancia.

Entre Alemania y Chile hay seis horas de diferencia. Ella dice. 
Alguna vez tuvo una intuición. 
Ella dice. Siempre dice lo que siente, lo que le pasa. 
El hombre dice que es así, sin decir. 
Ella dice que no importa, dice que prefiere imaginar. 
Es lo que recuerda. Sofía se detiene en ese punto. 
Enciende otro cigarrillo. Luego, de un sorbo traga su medicamento. Uno al día, siempre por las mañanas. Ciclotimiafue el diagnóstico del médico tratante. Una píldora de 100 mg. nivela los desequilibrios en el ánimo. 
No puedes dejar de tomarlo de un día para otro –advierte el psiquiatra al pasarle la receta. Si lo dejas, tienes que ir bajando lento la dosis, medio comprimido cuatro días, luego un cuarto dos días más, así no corres riesgos y evitas los molestos efectos de la retirada, temblores, sudoración, alteraciones en la piel. No hay para qué, si puedes evitarlos ¿o no? –dice, y sonríe palmoteando uno de sus hombros.
Hay cosas irritantes, partes de la historia que ahora le parecen desagradables, aun así, Sofía jamás olvida. No después de aquella experiencia que la tuvo con la cabeza suspendida y fuera de todo. 

Sobrevolar la vida de otros para ajustar las piezas y aceitar la máquina romántica, piensa. Elaborar un relato amoroso sin puntuaciones ni capítulos. Sin puntos aparte. Una épica entre el cuerpo y el cuerpo, sin academicismos ni teorías. Un cuerpo expuesto en un borde, atravesado de lecturas y citas. 
Asfixiar al príncipe hasta que se vuelva azul. Sonríe al recordar ese slogan que aparece en uno de sus tantos intercambios en la red.

La materia se descompone.
Una bestia encerrada en su laberinto muge, duele, sangra a veces, puesta así, a contraluz de la pantalla. Por los costados se entromete. Por los rincones entra masterizando sus funciones indispensables. La piel se deshidrata y hasta los dientes se pudren. Su boca hiede.
Los recortes se multiplican en la pantalla.
“El tranquilizador” que sangraba a los dementes para eliminar el exceso de sangre en la cabeza y curar su mal. Terapia de electroshock. Higiene racial para con los débiles, enfermizos y lisiados. Esterilización de enfermos mentales. Inyecciones letales. Existencias sin vida de cuerpos encadenados para ajustar sus tuercas y que se adaptaran. 
¿Será posible establecer nuevas formas de control para todas estas máquinas carnívoras? Piensa, luego escribe.
Seis millones de judíos arrastrados de golpe, más de veinte millones de soviéticos. El deseo de control. Las minorías desaparecen por millones en el siglo de las promesas, afanes de preservar la raza de la carga de inadecuados y sus gérmenes infecciosos. Años después, la industria de los fármacos produce sujetos enfermos. Sujetos que aun resisten, condicionados bajo el control inagotable de las disciplinas y de los especialistas.Melancolía. Psicosis. Histeria. Neurosis. Trastornos del ánimo. Mil millones de seres medicados en el mundo.
Evaporada en su nomenclatura, líquida y espesa, se conecta a los flujos de mensajes que fluctúan entre los afectos y las rabias, el conocimiento y los abusos. Su mente oscila por esas conexiones. Registros de lo radical sobreviven a los descartes, a las incansables quejas cuando lo binario ha dejado de ser referencia. 
Una criatura rebota por las paredes de la habitación. Simultáneamente, una misma idéntica historia se despliega como en un mapa. Son enormes cantidades de otros, extendidos sus fragmentos, que transitan como en un diminuto enjambre a distancias imposibles.
Aferrada a la idea de un gran mapa, sobrevive a las improntas de un todo asfixiante. Las secuencias se reproducen en tiempos simultáneos, las escenas se concentran en la pantalla. Cree recordar que en algún momento alcanzó conexiones más rotundas. Un estado en que olores y sudores combinaban particulares formas de expresión. Allí donde los amantes sueñan o imaginan o se producen ciertas materias que suman capas de la piel. 
Cartografías de zonas y pieles rebeldes se acoplan unas con otras. Son las combinaciones posibles que nutren este paisaje. Múltiples se reproducen entre diálogos y acoples. Intervenidos constantemente por las descargas los cuerpos se han vuelto híbridos. Sus órganos alterados se enfrentan al roce con las máquinas. Son parques de desechos humanos. 
Sofía verifica la hora en la pantalla. 
Sobre la cubierta de vidrio hay una cajetilla arrugada, otras dos sin abrir. El cenicero está repleto de colillas. Adicciones. Aprender a vencer las adicciones. Allí radica la historia. 

Su histeria. 

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