viernes, 8 de junio de 2012

Dices miedo por Maria Luiza Silveira



LA PEUR DURE LONGTEMPS

Louis Althusser mata sua companheira Helène, fazendo com as mãos uma pressão cada vez mais forte sobre seu pescoço, quase que numa espécie de pacto, onde a vítima “consente” no próprio assassinato. Perante os tribunais franceses, é declarado inimputável pelo seu crime; os psiquiatras julgam que o cometeu em surto. E ele escreve L’avenir dure longtemps”, um escrito autobiográfico pungente e terrível onde reclama para o mundo o direito de ser julgado na justiça comum, o direito de ser condenado pelo que cometeu, não obstante as circunstâncias...
Stefan Zweig, escritor vienense nascido em 1881 e que cometeu suicídio em 1942,  escreveu um livro de contos chamado MEDO E OUTRAS HISTÓRIAS. Ao ler Dices miedo, lembrava-me vagamente de Irene, a mulher adúltera permanentemente acossada pelo medo de ser descoberta. Mas o conto de Zweig, muito embora bem construído,  tem um “final feliz”, ninguém mata ninguém, e Irene volta para a vida cotidiana ao lado do marido. A mulher atormentada que protagoniza o livro de Eugenia não tem a mesma sorte. Comete um crime pela impossibilidade absoluta de não o fazer. E é atirada sem dó na cova dos leões de uma sociedade hipócrita que precisa julgá-la: ou como louca (alienada) ou como criminosa. A autora outorga uma personalidade peculiar e interessante à psiquiatra: com seu suposto saber sobre a vida e sobre a morte, imagina-se capaz de exercer um poder devastador sobre seus subordinados: os “doentes mentais”. Essa pretensão de descrever a vida mental e a experiência subjetiva como sendo algo da ordem material ou fisicalista (que pode ser tratada com psicotrópicos) é inaceitável. Não apenas por razões teóricas (por tudo que conhecemos hoje), mas igualmente por motivos éticos. Se o sujeito que sofre de ataques incompreensíveis de medo ou pânico for tratado com pesadas intervenções medicamentosas, as manifestações do inconsciente ficam cada vez mais enigmáticas para ele. E Eugenia Prado aborda de modo irônico e crucial essa biologização radical de algumas correntes da psiquiatria, na figura funesta dessa “doutora”.
O livro de Eugenia é uma obra que, mais além da boa literatura, presenteia-nos com um dispositivo estético (plástico e cromático) que fala por si, fazendo o leitor mergulhar em outros significantes, outros planos simbólicos.
Mas Eugenia nos fala do medo. Tema atualíssimo e ao mesmo tempo secular. Afinal, temos medo de quê? O medo tem muitos nomes, seu vocabulário é imenso e o campo semântico que o constitui, apesar de rico, discrimina muito pouco. Medo, ansiedade, angústia, desassossego, pânico, susto, temor, terror, pavor, receio, repulsa, inquietação, raiva, ódio, fobia, aversão, apreensão, assombro, etc. Para Lacan, o medo difere da angústia porque tem um objeto de onde parte o perigo e seria uma reação adequada, por provocar a fuga que implicaria uma defesa. Por outro lado, o medo paralisante como o da protagonista da novela de Eugenia lança o sujeito na confusão menos adaptada à resposta. A angústia, por sua vez, é sem objeto, ou melhor, se o tem, trata-se um objeto perdido. E perdido nos laços mais arcaicos com nossos fantasmas constitutivos, lá onde ainda nos confundimos com o corpo materno. Lacan diria que a angústia é o modo radical, o último sob o qual o sujeito continua a sustentar a relação com o desejo. E a anti-heroína (?) nesse caso vivencia sensações aterrorizantes o tempo todo, dialogando o tempo todo com seu incognoscível desejo: “y cuando ese miedo mío crece y se interna adentro, es como si no supiera cómo, adónde, como si quedara paralizada y no tuviera más energía para avanzar (…). E em outra passagem, poeticamente admirável: “Descubrió que la belleza no atrapaba los días y quiso ser otra.”
A mulher sobre cujo drama se constrói a aguda narrativa de Eugenia Prado,  atua como uma criança desarmada por sua absoluta dependência ao desejo do Outro, que funciona no texto como uma indagação enigmática e inexorável. “O que ele quer? O que ele deseja de mim?” Ou: “O que é que eu sou para o Outro? O que ele ama em mim, se é que me ama?” Assim sendo, a angústia (ou o medo) nada mais é do que esse momento em que pressentimos que nosso próprio corpo poderia ser apenas um objeto próprio ao gozo do Outro, nada mais que um resíduo. E como a autora ressalta com maestria, nas palavras dessa mulher, a angústia vai assim se constituindo como um medo do medo, um medo do desconhecido, do que escapa ao saber, medo desse gozo sinistramente enigmático para todos nós.
Finalizo com a delicadeza do Bachelard noturno, pensando sobre a luz da vela, diante do medo de que um vento mais forte apague a chama: “Sim, a luz de um olhar, para onde ela vai quando a morte coloca seu dedo frio sobre os olhos de um morto?”

Maria Luiza Silveira
Psicanalista e tradutora (Brasil)





TENER MIEDO DURA MUCHO TIEMPO 


Louis Althusser mata a su compañera Helène, haciendo con las manos presión cada vez más fuerte sobre su cuello, casi como en una especie de pacto, donde la víctima consiente el propio asesinato. Ante los tribunales franceses es declarado inimputable por su crimen; los psiquiatras juzgan que lo cometió en un estado de brote sicótico. Y él escribe “El porvenir dura mucho tiempo”, un libro autobiográfico pungente y terrible donde reclama al mundo el derecho de ser juzgado en la justicia común, el derecho de ser condenado por lo que cometió, no obstante las circunstancias...
Stefan Zweig, escritor vienés nacido en 1881 y que cometió suicidio en 1942, escribió un libro de cuentos llamado MIEDO Y OTRAS HISTORIAS. Al leer Dices miedo, me acordaba vagamente de Irene, la mujer adúltera permanentemente acosada por el miedo de ser descubierta. Pero el cuento de Zweig, aunque muy bien construido, tiene un “final feliz”: nadie mata a nadie, e Irene vuelve a casa, a su vida cotidiana al lado de su marido. La mujer atormentada que protagoniza el libro de Eugenia no tiene la misma suerte. Comete un crimen por la imposibilidad absoluta de no hacerlo. Lanzada a la jaula de los leones de una sociedad hipócrita que necesita juzgarla: como una loca (alienada) o como una criminal.
La autora otorga una personalidad peculiar e interesante a la psiquiatra, que con su supuesto saber sobre la vida y sobre la muerte, se cree capaz de ejercer un poder devastador sobre sus subordinados: los “enfermos”. Esa pretensión de describir la vida mental y la experiencia subjetiva cómo algo de orden material o físico (que puede ser tratado con psicotrópicos) es inaceptable. No sólo por razones teóricas (por todo que conocemos hoy), sino que por motivos éticos. Si el sujeto que sufre de ataques incomprensibles de miedo o pánico es tratado con pesadas intervenciones medicamentosas, las manifestaciones del inconsciente quedan cada vez más enigmáticas para él. Y Eugenia Prado aborda de modo irónico y crucial esa biologización radical de algunas corrientes de la psiquiatria, en la figura funesta de esa doctora.
El libro de Eugenia es una obra que, además de la buena literatura, nos regala con un dispositivo estético (plástico y cromático) que habla por sí, haciendo el lector buscar en otros significantes, otros planes simbólicos.
Pero Eugenia nos habla del miedo. Tema actualísimo y a la vez secular. Al final, tenemos miedo de qué? El miedo tiene muchos nombres, su vocabulario es inmenso y el campo semántico que lo constituye, aunque sea rico, discrimina muy poco. Miedo, ansiedad, angustia, desasosiego, pánico, susto, temor, terror, pavor, recelo, repulsión, inquietud, rabia, odio, fobia, aversión, aprehensión, asombro, etc. Para Lacan, el miedo es distinto de la angustia porque tiene un objeto de peligro y representaría una reacción adecuada, justamente por provocar la huida que implica una defensa. Por otro lado, el miedo paralizante como el de la protagonista de la novela de Eugenia lanza el sujeto en la confusión menos adaptada a la respuesta.
La angustia, por su parte, es sin objeto, o mejor, si existe, se trata de un objeto perdido. Y perdido en los lazos más arcaicos con nuestros fantasmas constitutivos, allá donde aún nos confundimos con el cuerpo materno. Lacan diría que la angustia es el modo radical, el último bajo el cual el sujeto sostiene la relación con el deseo. Y la anti-heroína (?) en ese caso experimenta sensaciones aterrorizantes todo el tiempo, dialogando todo el tiempo con su incognoscible deseo: “y cuando ese miedo mío crece y se interna adentro, es como si no supiera cómo, adónde, como si quedara paralizada y no tuviera más energía para avanzar.” (…) Y en otro pasaje poéticamente admirable: “Descubrió que la belleza no atrapaba los días y quiso ser otra.”
La mujer sobre cuyo drama se construye la aguda narrativa de Eugenia Prado, titubea como un niño desarmado por la absoluta dependencia al deseo del Otro, que funciona en el texto como una indagación enigmática e inexorable. “Lo que él quiere? Lo que él desea de mí?” O: Qué soy yo para el Otro? Lo que él ama en mí, si es que me ama?” Así siendo, la angustia (o el miedo) no es otra cosa que ese momento en que presentimos que nuestro propio cuerpo podría ser sólo un objeto propio al goce del Otro, nada más que un resíduo. Y como la autora resalta con maestría, en las palabras de esa mujer, la angustia va constituyéndose como un miedo del miedo, un miedo del desconocido, del que escapa al saber, miedo de ese goce siniestramente enigmático para todos nosotros.
Finalizo con la delicadeza del Bachelard nocturno, pensando sobre la luz de la vela, frente al miedo de que un viento más fuerte borre la llama: “Sí, la luz de una mirada, para dónde irá cuando la muerte ponga su dedo frío sobre los ojos de un muerto?”

Maria Luiza Silveira, Psicoanalista y traductora (Brasil)










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