martes, 1 de abril de 2014

Asedios, novela en proceso



1
Periferias
Creed en mi y seré la sombra que corrompa tu alma desprovista
dicen sus palabras.

Desaparecer...
Podría ser un buen comienzo, piensa. 
Piensa que pudo ser ese día y no otro. De regreso a casa, pegado el cuerpo a una brisa de noche y de caminatas, adherida de lloviznas y de pensamientos inconclusos. Fue en ese ambiente organizado y desde un estado corporal específico que sintió que podía hacerlo. 
Aún contra una realidad punzante que la incomoda todo el tiempo, Sofía escribe, porque puede hacerlo. En un entramado caótico y complejo, hipnóticamente atraída por los movimientos que aparecen en la pantalla, sistemática ejecuta a grandes trazos su composición imprecisa. 
Piensa. Irremediablemente lo hace. 
Mental se instala cada día frente al computador y desde allí elabora sus retazos. Su mente adiestrada le permite habilitar zonas para que algunos brillen y otros se hagan más difusos. 
En ocasiones se piensa Cyborg, y desaparece realidad-ficción entre las múltiples esferas. En otras, incorpora lo inquietante, seducida por espacios donde quisiera fugar, diluirse. 
Ella desliza las manos sobre el teclado del Notebook. Sus dedos se ejercitan con suavidad. Durante más tiempo del que recuerda la presión se marca sobre los bordes de esa otra piel que la confirma en su naturaleza biológica. 
Endereza la espalda y desliza el brazo derecho sobre la cubierta de vidrio. Al tocar la superficie se le viene a la mente la vieja Underwood, herencia de su padre. 
Recuerda su sofisticado diseño, estilo automóviles años treinta. Tendría unos quince años cuando recibió la máquina, herencia de al menos dos generaciones de varones de la familia.
Por instantes, revive la fuerza con que golpeba las yemas de los dedos contra el teclado, cuando los textos casi desaparecían bajo la gastada cinta. La textura espesa del corrector, siempre a punto de secarse. La compulsión por corregir letras y palabras y después 
sacar la hoja 
y sacar la hoja 
y los papeles arrugados. 

Lejos de las letras a mano y los borrones con lápiz Bic o carboncillo sobre sus cuadernos imaginó que aquella máquina le permitiría notables avances. 
Recuerda la dificultad de todo ese proceso. Los adiestramientos a los que debía someterse, su rigor para corregir directo sobre las hojas hasta conseguir su primera página impecable, tal como el original de un libro que algún día escribirá. 

Su mano busca la calidez del plástico y se acopla al mouse. Repasa el abismal contraste entre las livianas teclas y las de un siglo atrás. Piensa en máquinas. En las elaboradas tecnologías de la comprensión que, con astucia, domestican cuerpos bajo rigurosas ergonomías para el acople. Acomoda la espalda contra el respaldo del sillón de trabajo. Muy pronto, sus órganos adoptarán la posición que le permitirá entrar en el estado de las cosas. 
Doble click
Sofía logra entrar en los recuerdos. 
Seca su boca y agitada por dentro, una bestia busca aproximarse contra las superficies –escribe. Sometidos a una punzante violencia el cuerpo colapsa, simplemente se quiebra. 
Desde muy joven, se empecinó en entender el comportamiento de los órganos y de todos esos mundos internos desconocidos. Obsesionada con la biología, podía imaginar todo tipo de fluidos y materias circulando por los cuerpos sellados. 
“La corteza cerebral es la nueva y más importante zona del cerebro humano que recubre y engloba sus más arcaicas genéticas”. Lee en uno de sus archivos. “Esas regiones primitivas del cerebro no han sido eliminadas, permanecen debajo de otras pieles de células aún activas, sin ostentar ya el control indisputado del cuerpo”. Dice además, que la neo corteza cerebral no solo es el área más accesible sino que la más distintivamente humana, y que la mayor parte del lenguaje, imaginación y creatividad, provienen de esas regiones cerebrales proporcionando a la vida emocional una nueva dimensión.
Sofía escribe. Todo el tiempo escribe en un mismo documento. 
Clasificados en carpetas por fechas, temas, lugares, fotografías, guarda otros archivos que con los años se han ido acumulando. 
Conectada se aferra a la idea de un gran mapa apocalíptico que se extiende hasta perderse en el tiempo. 
Cuerpos-mentes-fluidos, son impulsados como fuerzas productivas contra las pantallas. Se vive el vértigo de los accesos, de los potenciales intercambios. Son espacios donde se elaboran y reelaboran los múltiples discursos. Expresiones de procesos cerebrales iniciados varios cientos de miles de años atrás se acumulan a alta velocidad.  
Un extrañamiento la empuja a merodear en sentidos complejos que se imprimen traspasando la superficie del tejido que es la lengua. Una fuerza la obliga al extravío. Su imagen es la fuga. 
Se imagina como una pieza más de la amalgama compuesta por todos esos cuerpos que intentan contra la falla. Una máquina fantástica, compuesta de millones y millones de células que se irán modificando hasta estallar contra la superficie.
Repasa los acontecimientos. Capas que irá poniendo unas sobre otras, aun cuando los tiempos no siempre coincidan y la comunicación se interrumpa. Las escenas se repiten en diversas combinaciones bajo su mirada de testigo. A veces no sabe qué es real y qué no, entonces acude a registros más precisos y a todo aquello que conserva del mundo exterior para componer las historias que imagina.
La mayor parte de las veces tiene comunicación con otros que, al igual que ella, se disipan en los múltiples intercambios. Ha aprendido a controlar muy bien los tiempos y definir el preciso instante en que las palabras se vuelven inútiles. 

Doble click, ya está fuera de la red. 
Su tiempo nuevamente a salvo. Son momentos de una vida, la suya, momentos que no quisiera dejar escapar. 
Desde el cuerpo, siempre desde el cuerpo, se habita el pequeño porcentaje de tierra. Piensa. Las peleas casi a golpes para confirmar la autoridad. Las pequeñas rencillas por la comida, los objetos, las defensas, los alegatos y los golpes. Siempre los golpes. 
Sofía oprime comando S, guarda el archivo y cierra. 
Se estira, bosteza y se acomoda sobre el sillón. 

Pronto, se levanta y toma un manojo de llaves. Una vez en la cocina, se prepara café negro. Abre las puertas de la despensa y chequea. Suficiente cantidad de alimentos; enlatados, legumbres y no perecibles; muchas cajetillas de cigarrillos, tarros de café y cajas apiladas con botellas de agua en abundancia. 
Según artículos científicos que circulan en las redes se sabe que el agua corriente de las cañerías contiene peligrosas sustancias. Desechos industriales tóxicos como fluor, que afectan a personas con enfermedades crónicas, diabetes, cardiopatías y otros males; elevados niveles de litio, también utilizado para tratar algunas enfermedades mentales, y el inminente peligro de control sobre los cuerpos.
Advierten que el agua puede contener niveles peligrosos de arsénico que más que cualquier otro elemento aumentan el riesgo de enfermedad y muerte. 
Siente alivio al leer que por la forma en que los organismos procesan los decesos causados por ingesta de agua contaminada se producen más de trescientas veces en hombres que en mujeres. 
En definitiva, el agua, bien de consumo indispensable para la vida, está está peligro. 
Sofía toma una botella y la destapa. Llena un vaso. Abre un frasco de vidrio, saca un puñado de almendras y se las echa a la boca.

Vuelve al computador y enciende un cigarrillo. 
Treparía el pequeño cuerpo anidado apenas tres días atrás, ascendiendo porfiadamente como un insignificante resorte de vida.Caería en gotas su sangre efímera lejos de aquel vientre donde no existe siquiera una posibilidad.
Sofía escribe. Ideológica transita sueños, ciudades, dueños. Así es como funciona, en forma sistemática escribe contra las palabras. 
Se vive en estado de alerta. Dice.
Su casa está vacía y es noche, tan noche, y en esa exquisita soledad, sabe que aquellos textos podrían repetirse durante mucho tiempo de un modo irreparable. 
Se desconecta. Apaga el computador. 
Tendida sobre la cama, las ideas flotan en su cabeza. Muy pronto se duerme.
Como una autómata, Sofía ejecuta los mismos rituales. A las siete de la mañana se despierta con el sonido de la alarma. Media dormida, apaga el celular donde programa su tiempo. Al entrar al baño se mira en el espejo. El mismo espejo que implacable irá registrando las modificaciones en su biología, la precisión con que el tiempo se acumula en las células y tejidos. 
Antes de fumar el primer cigarrillo enciende el computador y se conecta a la máquina. Mientras la máquina se inicia, se prepara café, es una adicta, en menos de un día puede llegar a diez. 
Adicta, vuelve al estudio y se instala frente a la pantalla. 
Anclada a esos dispositivos, merodea entre lo micro y lo macro. Piensa, siempre lo hace, su cabeza nunca se queda quieta. 
Al transitar las historias sus preguntas se multiplican. Piensa en todas las casas que antes habitó, en todos los espejos, en la vida de ese cuerpo suyo que la ata al mundo en su insignificancia.

Entre Alemania y Chile hay seis horas de diferencia. Ella dice. 
Alguna vez tuvo una intuición. 
Ella dice. Siempre dice lo que siente, lo que le pasa. 
El hombre dice que es así, sin decir. 
Ella dice que no importa, dice que prefiere imaginar. 
Es lo que recuerda. Sofía se detiene en ese punto. 
Enciende otro cigarrillo. Luego, de un sorbo traga su medicamento. Uno al día, siempre por las mañanas. Ciclotimiafue el diagnóstico del médico tratante. Una píldora de 100 mg. nivela los desequilibrios en el ánimo. 
No puedes dejar de tomarlo de un día para otro –advierte el psiquiatra al pasarle la receta. Si lo dejas, tienes que ir bajando lento la dosis, medio comprimido cuatro días, luego un cuarto dos días más, así no corres riesgos y evitas los molestos efectos de la retirada, temblores, sudoración, alteraciones en la piel. No hay para qué, si puedes evitarlos ¿o no? –dice, y sonríe palmoteando uno de sus hombros.
Hay cosas irritantes, partes de la historia que ahora le parecen desagradables, aun así, Sofía jamás olvida. No después de aquella experiencia que la tuvo con la cabeza suspendida y fuera de todo. 

Sobrevolar la vida de otros para ajustar las piezas y aceitar la máquina romántica, piensa. Elaborar un relato amoroso sin puntuaciones ni capítulos. Sin puntos aparte. Una épica entre el cuerpo y el cuerpo, sin academicismos ni teorías. Un cuerpo expuesto en un borde, atravesado de lecturas y citas. 
Asfixiar al príncipe hasta que se vuelva azul. Sonríe al recordar ese slogan que aparece en uno de sus tantos intercambios en la red.

La materia se descompone.
Una bestia encerrada en su laberinto muge, duele, sangra a veces, puesta así, a contraluz de la pantalla. Por los costados se entromete. Por los rincones entra masterizando sus funciones indispensables. La piel se deshidrata y hasta los dientes se pudren. Su boca hiede.
Los recortes se multiplican en la pantalla.
“El tranquilizador” que sangraba a los dementes para eliminar el exceso de sangre en la cabeza y curar su mal. Terapia de electroshock. Higiene racial para con los débiles, enfermizos y lisiados. Esterilización de enfermos mentales. Inyecciones letales. Existencias sin vida de cuerpos encadenados para ajustar sus tuercas y que se adaptaran. 
¿Será posible establecer nuevas formas de control para todas estas máquinas carnívoras? Piensa, luego escribe.
Seis millones de judíos arrastrados de golpe, más de veinte millones de soviéticos. El deseo de control. Las minorías desaparecen por millones en el siglo de las promesas, afanes de preservar la raza de la carga de inadecuados y sus gérmenes infecciosos. Años después, la industria de los fármacos produce sujetos enfermos. Sujetos que aun resisten, condicionados bajo el control inagotable de las disciplinas y de los especialistas.Melancolía. Psicosis. Histeria. Neurosis. Trastornos del ánimo. Mil millones de seres medicados en el mundo.
Evaporada en su nomenclatura, líquida y espesa, se conecta a los flujos de mensajes que fluctúan entre los afectos y las rabias, el conocimiento y los abusos. Su mente oscila por esas conexiones. Registros de lo radical sobreviven a los descartes, a las incansables quejas cuando lo binario ha dejado de ser referencia. 
Una criatura rebota por las paredes de la habitación. Simultáneamente, una misma idéntica historia se despliega como en un mapa. Son enormes cantidades de otros, extendidos sus fragmentos, que transitan como en un diminuto enjambre a distancias imposibles.
Aferrada a la idea de un gran mapa, sobrevive a las improntas de un todo asfixiante. Las secuencias se reproducen en tiempos simultáneos, las escenas se concentran en la pantalla. Cree recordar que en algún momento alcanzó conexiones más rotundas. Un estado en que olores y sudores combinaban particulares formas de expresión. Allí donde los amantes sueñan o imaginan o se producen ciertas materias que suman capas de la piel. 
Cartografías de zonas y pieles rebeldes se acoplan unas con otras. Son las combinaciones posibles que nutren este paisaje. Múltiples se reproducen entre diálogos y acoples. Intervenidos constantemente por las descargas los cuerpos se han vuelto híbridos. Sus órganos alterados se enfrentan al roce con las máquinas. Son parques de desechos humanos. 
Sofía verifica la hora en la pantalla. 
Sobre la cubierta de vidrio hay una cajetilla arrugada, otras dos sin abrir. El cenicero está repleto de colillas. Adicciones. Aprender a vencer las adicciones. Allí radica la historia. 

Su histeria. 

viernes, 6 de septiembre de 2013

Travestir (en) los límites : identidades transitivas en el discurso neobarroco de la neovanguardia latinoamericana

Cross-dressing (on) the Limits : Transitive Identities in the Neobaroque Discourse of the Latin American Neoavantgarde
Krzysztof Kulawik
Resumen

La presencia del travestismo y la androginia en las obras de los autores y artistas visuales hispanoamericanos contemporáneos Severo Sarduy, Pedro Lemebel, Eugenia Prado, Roberto Echavarren y Gloria Anzaldúa indica cambios en la percepción y representación de la identidad como categoría cultural. En sus obras, a veces referidas como neovanguardistas o neobarrocas, aparecen personajes cambiantes e inestables, los que pueden llamarse « sujetos transitivos » o « nómadas ». Su presencia inquietante lleva a deconstruir y reformular las categorías culturales fijas como sexo, etnia, raza y nación. Su análisis ayuda a adelantar una teoría de identidad cultural basada en la ambigüedad del travesti y el andrógino con apariencias cambiantes, en un juego camaleónico con la otredad. Esta teoría puede aplicarse al estudio de los grupos y sujetos culturales emergentes en el híbrido contexto cultural latinoamericano. Demuestra la presencia de la otredad en cada unidad, de la alteridad en cada identidad. Los sujetos discursivos y personajes de las obras analizadas representan una resistencia política y cultural a las normas del sistema patriarcal y neocolonial impuesto por el establecimiento económico, cultural y mediático neoliberal. Son sujetos híbridos, transitivos y transgresivos que encarnan el contexto multi- y transcultural posmoderno de Latinoamérica.

Chile

11En la reciente literatura chilena, el travestismo se ha empleado como una expresión artístico-política de inconformismo y oposición, primero al régimen militar de Augusto Pinochet entre 1973 y 1989, luego al proceso de la transición democrática neoliberal de los años 1990. Se convirtió en una categoría epistémica opuesta al binarismo heterosexual, sancionado por la tradición patriarcal de la cultura hispánica y occidental en general, así como por el neoliberalismo económico global. En el represivo contexto de Chile después del golpe de 1973 y hacia finales de los setenta, emergieron grupos artísticos radicales como el CADA (Colectivo de Acciones de Arte) constituido por los artistas visuales Lotty Rosenfeld y Juan Castillo, el poeta Raúl Zurita, la novelista Diamela Eltit, entre otros (Brito 26). También aparecieron importantes artistas visuales como Paz Errázuriz, Juan Dávila, Carlos Leppe y Eugenio Dittborn. Tal vez por haber compartido el sofocante entorno político de la dictadura, estos escritores y artistas chilenos procuraron « travestir » simbólica y paródicamente el sentido contenido en sus obras, valiéndose a veces de personajes travestis, otras veces de la técnica de simulación textual, visual o performativa basada en la experimentación.
12Posteriormente, en la literatura producida durante la transición democrática de los noventa, continuaron escribiendo la novelista Diamela Eltit, la crítica Nelly Richard y el artista visual Pedro Lemebel. Este último surgió del grupo de artistas y escritores homosexuales-travestis activos en Santiago a finales de los años setenta. Junto con Francisco Casas, se dio a conocer en 1987 como cofundador del colectivo de arte visual Las Yeguas del Apocalipsis. Los dos desarrollaron trabajos experimentales en instalaciones y performance desde los últimos años del gobierno de Pinochet hasta aproximadamente 1992, asombrando al público santiaguino con sus actuaciones osadas y sexualmente explícitas. Entre 1995 y 2001 Lemebel incursionó en el género de la crónica urbana con La esquina es mi corazón (1995), Loco afán (1996) y De perlas y cicatrices (1998). En 2001 se publicó su novela Tengo miedo torero. Por su lado, Francisco Casas reunió sus recuerdos de la actividad artística con Lemebel en la novela (o crónica ficcionalizada) Yo, yegua (2004). Tanto Lemebel como Casas en sus crónicas, novelas y performances de Las Yeguas del Apocalipsis, con el uso de un exuberante lenguaje experimental y ambiguos personajes travestis, perturban el orden estético establecido por el canon neoliberal-burgués y su discurso normativo. Como afirma Ben. Sifuentes Jáuregui en Transvestism…, « This transvestitic erasure of the boundaries [...] manifests an anxiety that could be called ‹the denaturalization of genders› » (4). Este desplazamiento de categorías se produce en pleno « habitat de la pobreza » de Lemebel (35) y en el « cuarto mundo » urbano de la novela de Eltit con el mismo título, ambos contextos típicamente latinoamericanos.
13En su libro de crónicas La esquina es mi corazón, Lemebel transforma el ensayo periodístico en prosa poética al mismo tiempo que transforma el espacio urbano del Santiago « oficial » en una serie de imágenes móviles con personajes marginales– vagabundos, travestis, prostitutas. El estilo ornamentado, reminiscente del barroco histórico, traviste la opacidad callejera de la desbordante metrópolis. El narrador cambia y adopta la perspectiva del « otro », del ser marginado que comenta la « herencia neo-liberal o futuro despegue de esta ‹demos-gracia› », consciente de ser « carne de cañón en el tráfico de las grandes políticas », « desecho sudamericano » (35-36).
14Lemebel y Casas utilizan sus alter egos narrativos,Dolores del Río y María Félix, y un narrador homodiegético para recorrer la ciudad sitiada por el control dictatorial, para presenciar y revelar espacios de disensión política : happenings, performances, cines, librerías, manifestaciones, parques y barrios pobres—las « callampas » santiaguinas. Su exuberante representación textual de la ciudad por medio del lenguaje figurativo, ornamental y artificioso crea un efecto simulador. Con una narrativa lúdica y paródica, los textos proponen un nuevo discurso fragmentado, alternativo al tradicional. Utilizan el travestismo como una postura artística y política radical para descentrar nociones de la pertenencia, no solamente sexual, sino nacional, étnica y cultural. La figura del travesti representa una ruptura con el sujeto masculino heterosexual—chileno y blanco—representativo de la cultura oficial. En los dos textos, La esquina… y Yo, yegua, esta ruptura se efectúa por medio de la recreación literaria y el reclamo simbólico de espacios de una ciudad caótica. La urbe le sirve de marco a la acción narrativa, un marco no sólo externo-documental sino interno-simbólico y textual. La inestabilidad y movilidad del espacio urbano adquiere una función simbólica : se convierte en un espacio cómplice en la transformación de los personajes, sus apariencias y actuaciones. La apariencia externa de la ciudad próspera esconde decadencia de la misma manera que los personajes enmascaran los roles sexuales masculinos y femeninos usando las técnicas transformistas del travesti. Textualmente, esta simulación se realiza a través del artificio lingüístico y narrativo, la experimentación con el lenguaje y la parodia, reminiscentes del estilo neobarroco definido por Sarduy dos décadas atrás.
15Los géneros sexuales y artísticos también se cruzan en la multifacética obra de la narradora y artista visual chilena Eugenia Prado. La escisión de la identidad de los protagonistas alienados en un mundo hipertecnológico es el tema deHembros, una obra híbrida y transgenérica. Esta novela-instalación o « texto en gestación », según la autora misma, fue escenificada en Santiago de Chile en 2004 a modo de una ópera con video. « Propone la lectura de una novela desde otros soportes, es decir, sacándola del formato tradicional del libro, como una instalación escénica integrada con multimedia y tecnologías » (entrevista con Kulawik). Explora la emergencia de dispersos sujetos andróginos –« hembros »—que merodean entre los límites de lo femenino (hembra) y lo masculino (hombre), interactuando con la tecnología. Desencadenan una rebelión contra « el Padre »—figura abstracta de autoridad—y contra la institución tecnocrática que éste representa. Desean liberarse de las categorizaciones formuladas, pero resultan siendo unas máquinas productoras de textos, « especies de autómatas, un género enfermo creado para situar el horror. […] Un imperio de cerebros mecánicos precipita nuestras imágenes » (Canto 8). Según Juan Pablo Sutherland, la « escritura tránsfuga » de Prado « ha generado una sugerente zona imaginaria que desafía al orden simbólico, al logos masculino [...] interrogando a la centralidad del poder » (El cofre 16). Su uso elaborado de la lengua, reminiscente del neobarroco, representa identidades poshumanas, los cyborgs, que surgen de los escombros de las categorías tradicionales. Prado recurre a un lenguaje metanarrativo para generar un texto que no se subordina a ningún género literario. Con una mirada hermafrodita polidimensional procura el conocimiento de la situación poshumana, caracterizada por la indeterminación sexual.

sábado, 30 de junio de 2012

Dices miedo / Amor y Sangre por Patricia Espinosa


Una mujer acuchilla a su marido, el cual muere a causa de las heridas. A partir de este hecho policial, el libro desarrolla una genealogía del crimen, donde se privilegia a la asesina y su miedo a la pérdida o más bien el horror de suponer que él deje de amarla y pierda la cabeza por la otra. El relato ambivaliza la culpabilidad de la mujer, en tanto se concibe el acto criminal como algo que va más allá de un mero diagnóstico siquiátrico o sentencia judicial. El crimen es expuesto al modo de un ritual acompasado, donde la mujer relata el antes, el después y el momento mismo en que cuidadosamente va desarrollando un juego de seducción cuya finalidad será la muerte del hombre.
El crimen se convierte así en un símbolo de la potencia amorosa, de la exacerbación del amor al otro y al sí mismo del propio sujeto que ama y que se niega a claudicar en su deseo, a aceptar el término de la relación o compartir al amado. Cuando esta mujer constata que no hay salida posible, sólo le queda retener al amado asesinándolo. Desde un punto de vista legal y médico es un amor enfermo; sin embargo, dentro de los códigos amorosos, la posesión adquiere un sentido diverso, ya que está ligada a la pasión. La asesina existe en función del otro, poseerlo es poseerse a sí misma y perderlo significa la ruina absoluta, porque ella no tiene más que el amor y la fidelidad de su hombre. Más aun, su seguridad se apoya totalmente en formar parte de un matrimonio, es decir, de la pasión legalizada. La infracción a la ley –el adulterio cometido por su marido– y luego el crimen parecen provocar el renacer de una pasión que el matrimonio había terminado por aquietar.
Eugenia Prado pervierte y desarma el tópico del amor amarrado a la racionalidad, explorando una historia de terror, sangre y tristeza. El relato de la ruptura en todas sus dimensiones se ve duplicado en una escritura quebrada, híbrida, donde la estética del mal, en la que la creación opera como destrucción, alcanza momentos excepcionales.


Dices miedo
Eugenia Prado
Ceibo Ediciones, 2011, 101 páginas.

www.lun.com

viernes, 8 de junio de 2012

Dices miedo por Maria Luiza Silveira



LA PEUR DURE LONGTEMPS

Louis Althusser mata sua companheira Helène, fazendo com as mãos uma pressão cada vez mais forte sobre seu pescoço, quase que numa espécie de pacto, onde a vítima “consente” no próprio assassinato. Perante os tribunais franceses, é declarado inimputável pelo seu crime; os psiquiatras julgam que o cometeu em surto. E ele escreve L’avenir dure longtemps”, um escrito autobiográfico pungente e terrível onde reclama para o mundo o direito de ser julgado na justiça comum, o direito de ser condenado pelo que cometeu, não obstante as circunstâncias...
Stefan Zweig, escritor vienense nascido em 1881 e que cometeu suicídio em 1942,  escreveu um livro de contos chamado MEDO E OUTRAS HISTÓRIAS. Ao ler Dices miedo, lembrava-me vagamente de Irene, a mulher adúltera permanentemente acossada pelo medo de ser descoberta. Mas o conto de Zweig, muito embora bem construído,  tem um “final feliz”, ninguém mata ninguém, e Irene volta para a vida cotidiana ao lado do marido. A mulher atormentada que protagoniza o livro de Eugenia não tem a mesma sorte. Comete um crime pela impossibilidade absoluta de não o fazer. E é atirada sem dó na cova dos leões de uma sociedade hipócrita que precisa julgá-la: ou como louca (alienada) ou como criminosa. A autora outorga uma personalidade peculiar e interessante à psiquiatra: com seu suposto saber sobre a vida e sobre a morte, imagina-se capaz de exercer um poder devastador sobre seus subordinados: os “doentes mentais”. Essa pretensão de descrever a vida mental e a experiência subjetiva como sendo algo da ordem material ou fisicalista (que pode ser tratada com psicotrópicos) é inaceitável. Não apenas por razões teóricas (por tudo que conhecemos hoje), mas igualmente por motivos éticos. Se o sujeito que sofre de ataques incompreensíveis de medo ou pânico for tratado com pesadas intervenções medicamentosas, as manifestações do inconsciente ficam cada vez mais enigmáticas para ele. E Eugenia Prado aborda de modo irônico e crucial essa biologização radical de algumas correntes da psiquiatria, na figura funesta dessa “doutora”.
O livro de Eugenia é uma obra que, mais além da boa literatura, presenteia-nos com um dispositivo estético (plástico e cromático) que fala por si, fazendo o leitor mergulhar em outros significantes, outros planos simbólicos.
Mas Eugenia nos fala do medo. Tema atualíssimo e ao mesmo tempo secular. Afinal, temos medo de quê? O medo tem muitos nomes, seu vocabulário é imenso e o campo semântico que o constitui, apesar de rico, discrimina muito pouco. Medo, ansiedade, angústia, desassossego, pânico, susto, temor, terror, pavor, receio, repulsa, inquietação, raiva, ódio, fobia, aversão, apreensão, assombro, etc. Para Lacan, o medo difere da angústia porque tem um objeto de onde parte o perigo e seria uma reação adequada, por provocar a fuga que implicaria uma defesa. Por outro lado, o medo paralisante como o da protagonista da novela de Eugenia lança o sujeito na confusão menos adaptada à resposta. A angústia, por sua vez, é sem objeto, ou melhor, se o tem, trata-se um objeto perdido. E perdido nos laços mais arcaicos com nossos fantasmas constitutivos, lá onde ainda nos confundimos com o corpo materno. Lacan diria que a angústia é o modo radical, o último sob o qual o sujeito continua a sustentar a relação com o desejo. E a anti-heroína (?) nesse caso vivencia sensações aterrorizantes o tempo todo, dialogando o tempo todo com seu incognoscível desejo: “y cuando ese miedo mío crece y se interna adentro, es como si no supiera cómo, adónde, como si quedara paralizada y no tuviera más energía para avanzar (…). E em outra passagem, poeticamente admirável: “Descubrió que la belleza no atrapaba los días y quiso ser otra.”
A mulher sobre cujo drama se constrói a aguda narrativa de Eugenia Prado,  atua como uma criança desarmada por sua absoluta dependência ao desejo do Outro, que funciona no texto como uma indagação enigmática e inexorável. “O que ele quer? O que ele deseja de mim?” Ou: “O que é que eu sou para o Outro? O que ele ama em mim, se é que me ama?” Assim sendo, a angústia (ou o medo) nada mais é do que esse momento em que pressentimos que nosso próprio corpo poderia ser apenas um objeto próprio ao gozo do Outro, nada mais que um resíduo. E como a autora ressalta com maestria, nas palavras dessa mulher, a angústia vai assim se constituindo como um medo do medo, um medo do desconhecido, do que escapa ao saber, medo desse gozo sinistramente enigmático para todos nós.
Finalizo com a delicadeza do Bachelard noturno, pensando sobre a luz da vela, diante do medo de que um vento mais forte apague a chama: “Sim, a luz de um olhar, para onde ela vai quando a morte coloca seu dedo frio sobre os olhos de um morto?”

Maria Luiza Silveira
Psicanalista e tradutora (Brasil)





TENER MIEDO DURA MUCHO TIEMPO 


Louis Althusser mata a su compañera Helène, haciendo con las manos presión cada vez más fuerte sobre su cuello, casi como en una especie de pacto, donde la víctima consiente el propio asesinato. Ante los tribunales franceses es declarado inimputable por su crimen; los psiquiatras juzgan que lo cometió en un estado de brote sicótico. Y él escribe “El porvenir dura mucho tiempo”, un libro autobiográfico pungente y terrible donde reclama al mundo el derecho de ser juzgado en la justicia común, el derecho de ser condenado por lo que cometió, no obstante las circunstancias...
Stefan Zweig, escritor vienés nacido en 1881 y que cometió suicidio en 1942, escribió un libro de cuentos llamado MIEDO Y OTRAS HISTORIAS. Al leer Dices miedo, me acordaba vagamente de Irene, la mujer adúltera permanentemente acosada por el miedo de ser descubierta. Pero el cuento de Zweig, aunque muy bien construido, tiene un “final feliz”: nadie mata a nadie, e Irene vuelve a casa, a su vida cotidiana al lado de su marido. La mujer atormentada que protagoniza el libro de Eugenia no tiene la misma suerte. Comete un crimen por la imposibilidad absoluta de no hacerlo. Lanzada a la jaula de los leones de una sociedad hipócrita que necesita juzgarla: como una loca (alienada) o como una criminal.
La autora otorga una personalidad peculiar e interesante a la psiquiatra, que con su supuesto saber sobre la vida y sobre la muerte, se cree capaz de ejercer un poder devastador sobre sus subordinados: los “enfermos”. Esa pretensión de describir la vida mental y la experiencia subjetiva cómo algo de orden material o físico (que puede ser tratado con psicotrópicos) es inaceptable. No sólo por razones teóricas (por todo que conocemos hoy), sino que por motivos éticos. Si el sujeto que sufre de ataques incomprensibles de miedo o pánico es tratado con pesadas intervenciones medicamentosas, las manifestaciones del inconsciente quedan cada vez más enigmáticas para él. Y Eugenia Prado aborda de modo irónico y crucial esa biologización radical de algunas corrientes de la psiquiatria, en la figura funesta de esa doctora.
El libro de Eugenia es una obra que, además de la buena literatura, nos regala con un dispositivo estético (plástico y cromático) que habla por sí, haciendo el lector buscar en otros significantes, otros planes simbólicos.
Pero Eugenia nos habla del miedo. Tema actualísimo y a la vez secular. Al final, tenemos miedo de qué? El miedo tiene muchos nombres, su vocabulario es inmenso y el campo semántico que lo constituye, aunque sea rico, discrimina muy poco. Miedo, ansiedad, angustia, desasosiego, pánico, susto, temor, terror, pavor, recelo, repulsión, inquietud, rabia, odio, fobia, aversión, aprehensión, asombro, etc. Para Lacan, el miedo es distinto de la angustia porque tiene un objeto de peligro y representaría una reacción adecuada, justamente por provocar la huida que implica una defensa. Por otro lado, el miedo paralizante como el de la protagonista de la novela de Eugenia lanza el sujeto en la confusión menos adaptada a la respuesta.
La angustia, por su parte, es sin objeto, o mejor, si existe, se trata de un objeto perdido. Y perdido en los lazos más arcaicos con nuestros fantasmas constitutivos, allá donde aún nos confundimos con el cuerpo materno. Lacan diría que la angustia es el modo radical, el último bajo el cual el sujeto sostiene la relación con el deseo. Y la anti-heroína (?) en ese caso experimenta sensaciones aterrorizantes todo el tiempo, dialogando todo el tiempo con su incognoscible deseo: “y cuando ese miedo mío crece y se interna adentro, es como si no supiera cómo, adónde, como si quedara paralizada y no tuviera más energía para avanzar.” (…) Y en otro pasaje poéticamente admirable: “Descubrió que la belleza no atrapaba los días y quiso ser otra.”
La mujer sobre cuyo drama se construye la aguda narrativa de Eugenia Prado, titubea como un niño desarmado por la absoluta dependencia al deseo del Otro, que funciona en el texto como una indagación enigmática e inexorable. “Lo que él quiere? Lo que él desea de mí?” O: Qué soy yo para el Otro? Lo que él ama en mí, si es que me ama?” Así siendo, la angustia (o el miedo) no es otra cosa que ese momento en que presentimos que nuestro propio cuerpo podría ser sólo un objeto propio al goce del Otro, nada más que un resíduo. Y como la autora resalta con maestría, en las palabras de esa mujer, la angustia va constituyéndose como un miedo del miedo, un miedo del desconocido, del que escapa al saber, miedo de ese goce siniestramente enigmático para todos nosotros.
Finalizo con la delicadeza del Bachelard nocturno, pensando sobre la luz de la vela, frente al miedo de que un viento más fuerte borre la llama: “Sí, la luz de una mirada, para dónde irá cuando la muerte ponga su dedo frío sobre los ojos de un muerto?”

Maria Luiza Silveira, Psicoanalista y traductora (Brasil)










jueves, 24 de mayo de 2012

DICES MIEDO es la reconstitución de la escena de un crimen

Con rigor policial, Eugenia Prado va desplegando las pruebas incriminatorias que en su conjunto forman un artefacto estético, visual, literario cargado de horror y ferocidad. Los testimonios e interrogatorios de la asesina se mezclan con imágenes de animales sacrificados en el matadero, fotografías antiguas de familias desarticuladas o rostros de mujeres anónimas, que hacen que el libro se transforme en una composición lúdica y plástica donde la imagen propuesta termina de completar la palabra. El cruce entre la imagen y el texto como una forma de escritura, como un guiño a las artes visuales, al cine, al teatro, como un instrumento de artesanía necesario. El color de las páginas, la tipología de la letra, la disposición de las palabras, la imagen elegida, todo es parte de una puesta en escena delicadamente dispuesta y cada decisión estética se vuelve narrativa y cobra sentido en una historia donde la autora es detective y directora plástica a la vez. DICES MIEDO, es una experiencia que apela a instalar el horror más allá de las barreras formales de la palabra, haciéndolo explotar en la sensorialidad de quién entra en sus páginas. 

Nona Fernández